Entramos en el bar de moda. Tuvimos suerte, estaba nuestra camarera favorita, sabíamos que la música iba a ser genial esa noche, y lo fue. Nos sentamos en la barra y nos pusimos a charlar, más bien poco, de banalidades, de cosas sin importancia. Una vez más la rutina se había apoderado de nuestras vidas.
Ya habíamos pasado por esto antes y siempre se había solucionado igual. Salíamos a cenar o a tomar algo y casi no sabíamos que decirnos pero, de pronto, surgía un tema de conversación que nos interesaba a los dos, hablábamos de ello y, como siempre, acabábamos estando de acuerdo, nos reíamos, nos divertíamos entonces, nos mirábamos y era como si nos hubiéramos mirado por primera vez, nos cogíamos de la mano, y era como volver a sentir las mariposas del estomago del principio, allí estaba la persona a la que amaba. Pero esta vez no.
Hablamos poco, ya no teníamos nada que decirnos. Intenté usar la música que sonaba para sacar un tema de conversación interesante y acabar con ese silencio helado, como todas esas veces en que, de repente, todo cambiaba, pero la conversación era casi la de un ascensor, no hubo ni miradas, ni mariposas, ni nada. Solo el vacío. Le miré. Le miré como si fuera la última vez que le iba a ver, tal vez lo era. Noté un crujido y sentí como todo caía a mi alrededor, no quería resignarme. Insistí en tomar una más, tenía que seguir intentado encontrarle, pero se negó, probablemente ya no había nada que buscar. Fue entonces cuando supe que debía guardar ese momento porque era el principio del fin..