viernes, 2 de diciembre de 2011

La Muerte del Loro ..

     Mis primeros compañeros de piso en Sevilla tenían un loro, bueno, una lora, lo que pasa es que se enteraron después de 30 años de que era hembra y para entonces ya llevaban 30 años llamándola “Curro”.
    Curro era un pobre animalito que había sufrido una embolia, o algo similar, meses antes. Tenía siempre la cabeza inclinada a la derecha, no sé si por el ataque o esto ya venía de antes, una pupila fija y dilatada (sí, como en las películas de crímenes) y el ala derecha medio colgando. Me temo que la pobre sufría mucho, de hecho, luego me enteré de que, cuando tuvo el ataque, el propio veterinario les pidió que le hicieran la eutanasia, pero mi casera no quiso, adoraba a Curro, llevaba en su familia más tiempo que ella y le daba mucha pena deshacerse de Currito así. 
Cuando digo que llevaba más tiempo que ella en la familia, es que el loro llevaba 35 años (eso equivale a unos 100 años en una persona) en su casa. Vamos,  que cuando ella nació el loro ya estaba allí.
    El novio de mi casera era un espécimen extraño que se podía pasar más de una hora hablándote aunque no le miraras, subieras el volumen de la tele o te fueras del salón para evitarle. Te preguntaba por los polímeros metálicos y las tecnologías extraterrestres te interesara o no el tema (en este caso era que no). Entre los amigos los llamábamos “er manué” porque nos resultaba más gracioso.
    Puestos en antecedentes, mi historia comienza un lunes de agosto, como siempre había salido de Jaén esa misma mañana a las 5:00 horas, y después de 2 horas y media conduciendo, llegué a Sevilla directamente a trabajar. Cuando por la tarde, sobre las 18:00 horas aproximadamente, llegué a casa, allí estaba er manué, desparramado en el sofá, como siempre, mirando la tele, como siempre, con la misma ropa de siempre y con cara compungida, también como siempre.
    Me preparé un té, quería ver un rato la tele, que es lo que me gusta hacer cuando llego del trabajo, para después encerrarme en mi habitación. Después de un día tan largo no tenía ganas de ir al gimnasio. Así que me fui con mi té al salón y me senté en el sofá en el que no estaba tirado "er manué", me quedé mirando la tele, mientras él me soltaba otra de sus interminables disertaciones sobre “Díos sabe qué” y yo me esforzaba en que el sonido de su voz me pasara de largo sin tocarme.
Todo siguió así hasta que, cuando ya había acabado mi té y me disponía a huir despavorida a mi habitación, er manué me preguntó: “¿No ves muy mal a Currito? Creo que lleva un tiempo en el que está mucho peor que antes”. Yo me pregunté como el pobre animalito podía estar peor, mientras respirara estaba igual que la primera vez que lo vi, pero le contesté: “ Pues la verdad es que no lo veo peor, creo que incluso a mejorado un poco tiene las plumas más brillantes y habla más que cuando llegué a esta casa (¡bendito día!), ¡Si está mejor que yo!” Él insistió un poco en el tema, pero yo ya estaba saliendo por la puerta y ahí quedó todo, o eso creí.
Me encerré en mi habitación, como siempre, y me puse a hablar por teléfono. Oí un par de golpes muy fuertes que parecían venir del salón. Me sobresalté pero no me preocupé mucho, se habría caído algo. Después oí dos portazos, uno parecía venir del mismo salón y el otro de la puerta de la calle. Reconozco que sentí curiosidad por lo que podría estar pasando, pero no quería arriesgarme a encontrarme con el cansino de er manué otra vez, así que decidí no salir de mi dormitorio. Seguramente, habría vuelto mi casera y estarían peleados, como siempre, y se habría encerrado en su habitación con llave, como siempre que discutían. En fin, nada nuevo.
¡Nada nuevo!, ¡Ja!, Eso creía yo. Una hora después de los portazos, se oye insistentemente el telefonillo.
Nunca contesto, porque sé que nunca es para mí. Yo estaba sola en Sevilla. Pero ante tanta insistencia contesto por si es la otra compañera que no tiene llave del portal. ¡Craso error! No es la otra compañera, ¡es er manué! que se había marchado dando dos portazos, a pesar de estar solo en aquel momento. Me explicó por el telefonillo que tenía que subir a recoger una última bolsa que se había dejado en casa y que no tenía llave porque, siguiendo las ordenes de su novia, las había dejado en el buzón antes de marcharse y que, estando ya de camino, se había dado cuenta de que se le había olvidado algo. ¡Ahí lo llevas!
Como a mí esa historia me importaba bastante poco, le abrí la puerta, a ver si así se callaba, y me volví a encerrar en mi habitación antes de que subiera, con un poco de suerte no me volvería a tener que topar con él nunca más... Otro error. El interfecto llama a la puerta de mi habitación, ¡Sal, sal! ¡Tienes que ver una cosa!. Yo pensé para mí: “Algo de lo que se ha caído se ha roto y con lo que le gusta a este un drama me lo tiene que contar”. Pues no, me guía hasta el salón, llorando como una magdalena y me señala al loro tumbadito de costado sobre su jaula. ¡El loro estaba muerto! Aunque sí, a mi también me pareció un poco raro que un ave se tumbe para morir.
Me dice: 
-“¿Es lo que yo creo?”-
 A lo que contesté: 
-“Hombre, la cosa tiene mala pinta”-
Entonces empezó el drama de verdad:
- “¡Aaaaayyyyy!, Dios mío. Cuando ella lo vea, que ha volcado todo su amor en el animalito tras la muerte de su madre, que ella identifica al loro con su madre muerta y le ha dado todo su amor como si fuera a ella. Lo va a pasar muy mal.”
A lo que yo dije: 
-“Deberíamos llamarla”-
-          “Sí, sí, eso llámala tú.”- me contesta.
"¡Qué jeta tiene el tío este!", pensé para mi, pero la llamé igualmente. Teniendo en cuenta que, por fin, le había echado de casa, era posible que no le cogiera el teléfono.
 Ella se puso muy nerviosa cuando le dije que parecía que Currito estaba muerto, y nos pidió que lo lleváramos al veterinario. Yo pensé: “¡Si está muerto!, Pretende que le hagan la autopsia por si ha sido asesinado por un ajuste de cuentas. Si quieres también llamamos a la policía científica” El caso es que no le dije nada, estaba claro que se había asustado y estaba preocupada, pensé que, tal vez, era mejor que lo viera ella misma, y, como se suele decir en Sevilla,  ¿El perro es mío ni ná?. Imaginé que, dadas las circunstancias, er manué lo llevaría a su veterinario habitual. Otro error, vaya día que llevaba. Er manué no tenía coche, así que me pidió que le llevara al veterinario. Metió al loro en una caja de zapatos y allá que nos fuimos con el loro muerto por Sevilla.
Paramos en una veterinaria que había a la vuelta de la calle y que nos dijo que parecía que estaba muerto, pero que si queríamos ir a su veterinario habitual por si podía hacer algo... “¡Pero si está muerto! ¡Tanto cuesta dar el parte de defunción de un loro!. Pero bueno, ella es veterinaria, sabrá más que yo, igual no está muerto y solo está grave” pensé.  
A todo esto, er manué le estaba soltando toda una disertación a la veterinaria sobre hacerle el boca a boca al loro para reanimarle. Él sabía como hacerlo, porque fue conductor de ambulancias durante un tiempo. A lo que la veterinaria contestó, con un aplomo que yo no hubiese sido capaz de tener, que es muy difícil hacerle ese tipo de reanimación a un loro ya que las aves no tienen pulmones, sino bolsas de aire bajo las alas.
Mientras, llegó mi casera, toda alterada la pobre mujer. Incluso rozó el coche al salir del aparcamiento del centro comercial en el que se encontraba tomando café con una amiga.
Cuando entró, vi mi salvación. ¡Por fin podría librarme de todo este asunto!. Estaba claro que iban a llevarlo a su veterinario habitual. Ya estaba allí el coche y yo podría irme a casa. 
¡Error!. Er manué le dijo: “Cariño, tú estás muy nerviosa para conducir, porque no vamos mejor en su coche”,o sea, en el mío. Y por supuesto a ella le pareció una gran idea. Y yo, parda de mí, en vez de mandarlos ha hacer puñetas de una vez y decirles que me negaba a seguir paseando a un loro muerto por todo Sevilla, me dio pena por la chica, que estaba claro que estaba pasando un mal rato y les llevé hasta el otro veterinario.
Fue en ese trayecto en el que vi una de las escenas más dantescas de toda mi vida: Mi casera con la caja con e loro muerto en el asiento de atrás hablando con él. Er manué en el asiento del copiloto contando que podría intentar reanimar al loro haciéndole la respiración artificial con la dificultad añadida de que al ser un ave tenía bolsas de aire bajo las alas en lugar de pulmones (¿dónde he oído yo esto antes?). A lo que mi casera le contesta: “¿Y que haces ahí? ¡Vente para acá y reanímalo!”. Er manué aprovecha uno de los millones de semáforos de la Avenida de Kansas City para bajarse del coche, ponerse en el asiento de atrás y hacerle el boca a boca al loro muerto. Yo lo siento sobre todo por la memoria del loro, que es al que le quitó toda su dignidad después de muerto.
Yo, que veía este espectáculo por el retrovisor del coche, no me lo podía creer. Me he reído muchas veces después acordándome de la escena, pero en aquel momento no. Solo podía pensar: “Quiero despertarme, esto tiene que ser una pesadilla, quiero despertarme”. Pero no era una pesadilla, sino completamente real. Y aún no había terminado.
Llegamos al veterinario de la familia, al que tuvieron que llamar a su casa porque eran casi las 10:00 de la noche, así que nos tocó esperar. 
Cuando llegó, miró con desprecio la caja y abrió la persiana. Para mí que ya entonces sabía que el loro estaba muerto, pero le habían hecho salir de su casa e iban a pagar por ello.
El veterinario estuvo como un cuarto de hora mientras encendía las luces, y se ponía la bata. Después sacó al loro de su caja de zapatos mortuoria y le puso el estetoscopio, le tiró de las alas y dijo: 
-“¡Eeste loro eesta mmmummuerto! (no está mal escrito, es que es tartamudo) Si hasta tititiene rigor mmmortis. Debe llevar al menos 3 o 4 horas mmmummmuerto.“ -
Bueno, por fin alguien se había atrevido a decirlo.
Después de intentar venderles la incineración, les cobró 60€ por decirle: “Señora su loro está muerto”. Yo se lo hubiera dicho dos horas antes gratis o por un módico precio, pero perdí mi oportunidad, y como dicen que la pintan calva, pues la aprovechó el tartaja. 
Así volvimos a casa con la caja, el loro muerto, mi compañera llorando y hablando con el loro y er manué llorando más que mi compañera y diciéndole que cuente con él para todo lo que necesite y yo, que tenia ganas de llorar o de dormir o de mandar a alguien a hacer compañía al loro, pero me las aguanté.
Cuando llegamos a casa, sobre las 11:00 de la noche, yo me fui a mi habitación a meditar sobre la insoportable levedad del ser, del ser loro, me refiero. Y ellos se quedaron velando al loro toda la noche hasta que, a la mañana siguiente, se lo llevaron a enterrar a la casa de la playa de la familia de mi casera.
Unos días después me mudé del piso. Pero como la historia daba para mucho, cuando fui a recoger la fianza, mi casera me preguntó si yo sospechaba que había sido er manué el que había asesinado al loro.
Lo malo es que la investigación sobre el asesinato me la he perdido. Les llamaré un día a ver en que quedo la cosa..

Ilustración estraida de la web amarseaunomismo.com

2 comentarios:

MCruz dijo...

Este es un relato que presenté a un concurso en Málaga. No gané... ( qué sorpresa!) pero fui una de las 400 seleccionadas para participar entre más de 1000 relatos, así que si que estoy contenta ... Para el que no lo sepa, esta es una historia que me pasó de verdad..

Anónimo dijo...

Hola,tuve una lora amazonas con similar caso, tras una distocia nos enteramos que era lora,y pasó ha llamarse Loli, fué post 25 años cuando tuvo el huevo atravesado,la operaron,todo ok.
5 años después,cuando iba para 31, hace poco,le dió tipo lo que comentas,o infarto u alguna embolia que en este caso la dejó k.o.
Teniendo en cuenta que cuando vino ya era salvaje por lo que entonces llevaría al menos algun año más en brasil, creemos que podia tener 33 o 34 años de edad realmente.
Por lo que he leido de otros casos,coincide que desde los 30 años de edad entran en su vejez y padecen problemas de salud como las personas.