Aprovechando el solecito del sábado, nos fuimos a hacer una
ruta senderista desde Monsul a Vela Blanca. Aparcamos el coche en el aparcamiento
de la playa de Monsul, para empezar
nuestra andadura. Hacía muchísimo viento y algo de frío, nada que no se pase
caminando. Nada más aparcar, vino hacia nosotros un precioso gato blanco y
negro con la cola cortada a la mitad, que siempre esta por la zona. Es probable
que esté acostumbrado a que la gente que aparca allí con su caravana le
alimente, y por eso siempre está por allí.
Aunque, cuando pasamos con el coche, el gato salía hacia el
camino, al vernos bajar del coche se nos acercó. Mi compañero pensó que era un
gorrilla encubierto y sacó un euro para dárselo, pero no se paró, siguió hasta
meterse debajo del coche. Entendimos que, como hacia algo de frío, el gato
buscaba el calorcito del motor.
Cual fue nuestra sorpresa que, cuando comenzamos a caminar
por el sendero, el gato nos siguió, si nos adelantaba, nos llamaba con sus
maullidos, y se restregaba con nuestras piernas, cariñoso. No lo podíamos
creer, jamás habíamos visto esa actitud en un gato.
Una vez llegamos a la cala de la media luna, teníamos que
abandonar el sendero y llegar hasta el camino pero, por algún motivo, a nuestro
pequeño guía no le gusta el camino. Es por donde pasan los coches para llegar
hasta la última cala, la cala del carbón, y, aunque después de Monsul el
tráfico es aún menor, es probable que le diera un poco de miedo, así que,
cuando nos vio salir hacia el sendero, nuestro nuevo amigo maullaba
lastimeramente, sonaba como un llanto, triste y suplicante.
En aquel momento no entendía muy bien que podía ser lo que
le pasaba al gato. Me sentí muy mal, porque no sabía que quería, qué
necesitaba. En ese momento entendí a todas las madres primerizas la primera vez
que oyen llorar a su bebé, se sienten atribuladas pensando que no saben por qué
llora y creen que no van a ser capaces de darles lo que necesitan. No saben que
en pocos días reconocerán, con una facilidad fuera de toda razón, hasta el más
mínimo sonido que emitan sus retoños y podrán darle lo que necesitan sin
problemas.
Nuestro amiguito no nos siguió, se quedó maullando un rato
mientras nos alejábamos hacia nuestro destino y, después, dejamos de oírle. A
la vuelta, ya no le volvimos a ver, solo espero que siga allí la próxima vez
que volvamos a Monsul..
Fotos del Gato de Monsul tomadas por MCruz |
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