Tomar aire un segundo antes
de cruzar la puerta y
ser consciente de la
calma justo antes de la tormenta.
Caminar implacable hacia
el centro del huracán,
donde todo se agita
alrededor pero permanece
impasible al fin del mundo.
Permanecer en el ojo del vendaval,
inmutable, indolente y esperar.
Esperar con los ojos cerrados,
esperar con los brazos en cruz,
esperar con el alma en los labios,
esperar bajo el único rayo de sol
a que todo acabe.